Época: demo-soc XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Población en el siglo XVIII

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Durante el siglo XVIII se mantuvieron, en general, las altas tasas de natalidad-fecundidad, pero no hubo una evolución completamente uniforme. Abundan los países con tendencia a su aumento en relación con un clima económico favorecedor del matrimonio. Ocurrió, por ejemplo, allí donde hubo procesos colonizadores. Pero el proceso adquirió especial relevancia en Inglaterra y E. A. Wrigley y R. S. Schofield han demostrado que fue éste el motor principal de la expansión demográfica inglesa.
Se trata, no obstante, de un caso peculiar, ya que Inglaterra mantenía un régimen demográfico de baja presión, es decir, en el que predominaban los controles o frenos preventivos -edad de matrimonio y celibato definitivo más elevados, con su corolario de fecundidad relativamente más baja- sobre los positivos -mortalidad, siempre menor, en líneas generales, en Inglaterra que en el resto de Europa-. En este contexto, y con el estimulo de los cambios económicos, la reducción de la edad de la mujer al primer matrimonio -de 26,2 años en 1740-1749 a 24,9 en 1750-1799- y de la proporción del celibato definitivo femenino -en el primer cuarto de siglo alcanzaba el 15 y en algunos momentos el 20 por 100; en el último, era inferior al 7 por 100- trajo como consecuencia el incremento de la tasa de natalidad, del 31-33 por 1.000 a casi el 40 por 1.000 a lo largo del siglo. La adecuada respuesta económica al crecimiento de la población hizo que no se llegara a poner en peligro seriamente la delicada relación población-recursos, permitiendo un desarrollo con menos dificultades que en el Continente.

Pero hubo casos de evolución contraria. En Francia, concretamente, la tasa de natalidad, mantenida en torno al 40 por 1.000 hasta 1770, descendió luego, muy lentamente al principio, más acusadamente desde la Revolución, quedando en el 32 por 1.000 en 1805-1809. La explicación reside en la cada vez más generalizada práctica de la contracepción, ya detectada desde bastante tiempo atrás entre la elite social de algunas ciudades, no sólo francesas, y propagada primero al resto de la sociedad urbana, donde se siguió practicando más intensamente, y después al medio rural -se engaña a la naturaleza hasta en las aldeas, denunciaba, desde sus postulados populacionistas, J. B. Moheau en 1778-. En Rouen, por ejemplo, la fecundidad cayó en un 40 por 100 entre mediados del siglo XVII y el período 1760-1789; se estima que en este último período más de la mitad de las parejas -sólo entre el 5 y el 10 por 100 a finales del siglo XVII- controlaba conscientemente la natalidad. Su difusión por el campo, sin embargo, fue bastante desigual, aunque en determinadas áreas se practicara con cierta intensidad antes de la Revolución. Ésta no haría sino extender e intensificar, si bien irregularmente, una práctica que, casos particulares al margen, aparecía en Francia con casi cien años de anticipación respecto al resto de Europa. El interés por no dividir las herencias en exceso, la mayor preocupación por la vida material, la posibilidad de educar mejor a pocos que a muchos hijos, la tendencia a evitar las molestias y peligros de los embarazos y partos por parte de unas mujeres que se preocupan por sí mismas más que en el pasado, o el triunfo del individualismo han sido algunas de las razones esgrimidas para explicar -siempre insuficientemente- un fenómeno que, en cualquier caso, traduce un debilitamiento de la influencia religiosa sobre la sociedad francesa. El mismo que se manifiesta en otros aspectos, como el incremento de la proporción de embarazos prenupciales y, sobre todo, de nacimientos ilegítimos: aunque en el mundo rural permaneció muy baja, llegó a alcanzar el 8-12 por 100 en las ciudades, y hasta cerca de un tercio del total de los bautismos la suma de ilegítimos y abandonados en el París de los años setenta.